jueves, 10 de marzo de 2011

Cuando yo era chiquita, mi casa era muy bonita, 
tenía un colorido arbolito y el sol y la luna también encontraron su sitio. 
Todo el año era navidad porque... "la feliz" era mi ciudad!
Los gatos y los perros, no se tenían mucha onda, pero a la hora de comer...compartían el microondas!!!!
La cuestión era que mi abuela sabía mucho de cómo querer,
pero poco sabía de cómo cocinar; 
a los animalitos no nos quedaba otra que comprar comida y juntarnos a escondidas para ponerla a calentar! 
Si nos pescaba la abuela, que desilusión se iba a dar!
Un gauchito muy simpático traía noticias de los que quería, con el bigote así de grande, a mi papá se parecía. 
Era muy hábil el gauchito (seguro igual que mi papá); con un brazo controlaba el caballo y con la otra mano  traía una flor agarrada desde el tallo. 
La florcita la mandaba mi mamá y me acuerdo que siempre perfumaba toda la casa 
y hasta, incluso, 
TODA LA CIUDAD! 
¿Cómo no le iban a decir "la feliz" si perfumada desde esa época siempre está?
¿Y el pobre caballito de mar? 
y... él se quedaba mirando, con ganas de salir del mar para ir a la fiesta  que les estoy contando. 
Sin embargo, no podía, porque sus bronquios no se lo permitían. 
Entonces nosotros íbamos a la escollera y un poco de alegría se la mezclábamos con su arena. 
Así el fondo marino también se convertía en una fiesta.
Siempre hay parte de las historias que son un poco tristes, pero "ni modo", así es la vida, ¿viste?
La cosa es saber acordarse de lo malo sin olvidar el resto de la hermosa vista.
Eso nos hace volver la mirada hacia nuevas y futuras conquistas.

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